jueves, 14 de octubre de 2010

Cámaras, luces... ¡acción!: "Basado en un hecho real" (SOCIEDAD)

Esa sería la primera frase que aparecería en nuestras pantallas si decidieran llevar la vida de los mineros chilenos al cine, que no sería de extrañar en los tiempos que corren. "Cámaras, luces y acción" para dar comienzo a un rodaje en el que, desgradaciadamente, debería rezar aquello de basado en un hecho real.

Hace 71 días la tierra se tragó, literalmente, 33 vidas, con sus 33 problemas, hijos, mujeres o amantes, enfermedades, proyectos o penurias; cada una de ellas (de las vidas) elevadas al número de problemas, hijos, mujeres o enfermedades que se tuvieran en cada caso. El problema es que no fueron 33 máquinas que una vez enterradas quedaran perdidas, olvidadas y alejadas de la mano de Dios y de los mortales, fueron humildes trabajadores los que han estado peleando contra ellos mismos, una de las peores luchas, para no caer desfallecidos un día y no levantarse al siguiente.

Los datos del accidente, conocidos por todos, nos dejan ver, una vez más, las condiciones infrahumanas en las que se desenvuelven centenares de personas. Día a día se codean con la muerte más física, juegan de tú a tú con las condiciones y el espacio y pasa lo que pasa, que cuando se estira demasiado la cuerda se termina rompiendo.

Mientras tanto un circo televisivo, radiofónico y periodístico se construía en el Campamento Esperanza. Especiales, conexiones en directo, liberaciones online a tiempo real o declaraciones de familiares, amigos, conocidos o enemigos, nos han ido mostrando a cada una de las personas que allí estaban encerradas. Y es que vivimos en un mundo circense de los medios de comunicación, y lo digo yo que me dedico a ellos, en los que destripamos a cualquier víctima con tal de llenar un prime time, quitarle la exclusiva a la competencia o facturar más publicidad, que al fin y al cabo es lo que manda. Así, conocimos que uno de los mineros fue papá mientras luchaba en el vientre de la tierra, que otro tenía una amante que lo esperaría a pie de campamento o que enfermedades, miedos o fobias los estaban siguiendo de cerca.

Campamento de La Esperanza levantado junto a la mina de la desgracia

¿Y qué pasa cuando pisan tierra firme? Que Sebastián Piñera, presidente chileno, los recibe en la misma boca de la lanzadera que les ha traído a la vida al mismo tiempo que se encienden los focos, se cargan los flashes y los plumilla empiezan a recoger declaraciones, entrevistas y testimonios, recuerden cuanto más extremos mejor.

Y ya se les empieza a colgar adornos, como si fueran meros árboles de navidad. Las gafas utilizadas para su liberación no son únicamente gafas para protegerles de la luz "solar" y creadas especialmente para superar las condidiones que de momento se consideran adversas para ellos, ¡no!; están firmadas por una conocida marca que ¿cuanto tardarán en comercializarlas como "las gafas de los mineros"? Y salen con camisetas del Real Madrid y Barcelona firmadas por sus ídolos y con la inscripción de "Fuerza mineros". ¡O nos los llevamos de crucero por el Mediterráneo y que una conocida chilena les haga un striptease!

¿Por qué nadie les ofrece un contrato, una guardería gratuita para sus hijos o el apoyo psicológico que van a necesitar? ¿Es tan importante que estilistas chilenas se vayan a San José, ataviadas con las camisetas promocionales de sus establecimientos, para peinar a las consortes? ¿Es que esos pobres hombres se van a dar cuenta de los días que hace que no "echan el tinte" o "lo abiertas que llevan las puntas"? Pues no lo creo, pero sin darse cuenta se han convertido en vallas publicitarias de esas que vemos en las carreteras y anuncian detergentes, colonias, pisos o videojuegos.

Si Steve Jobs, magnate del imperio Apple, no viera una posibilidad de publicidad "gratuita" brutal, ¿hubiera regalado iPods? Tengo mis dudas. Igual que las tengo sobre los cien mil regalos que han recibido o recibirán. Por cierto, ya se pagan millonadas por los testimonios de los mineros o el diario que, inteligentemente, Víctor Segovia escribió durante los 70 días.

A todo esto, ¿recuerdan la cantidad de psicólogos que aconsejaron vida normal para estos hombres? ¿Esto es la vida normal? Sinceramente, creo que no, y que debería darse otro tipo de apoyo, porque están en el paro y posiblemente sin indemnización por la quiebra de la empresa, así que menos necocio y más terapia a largo plazo.

¿Cómo estarán los supervivientes del tsunami de hace unos años? ¿Nos acordamos de las víctimas del los terremotos de Haití o del mismo Chile del pasado invierno? No se si saben a qué me refiero... que a ver cuanto dura la consternación mundial por estos hombres y como superan su trágica experiencia después, cuando se hayan apagado los focos mediáticos.

1 comentario:

  1. ¡Qué pena que una tragedia se convierta en espectáculo, como tantas veces! La normalidad es que no pase nada. Dice Benedetti en "La Tregua" que lo mejor que puede pasarte es que no te pase nada, y eso excluye también lo bueno. Al principio no entendí ese inmovilismo, casi conformismo, pero cuando uno ve la desgracia se da cuenta de que la tranquilidad del día a día no tiene precio, por mucho que las sospresas puedan llegar a ser agradables, alteran la vida, la trastocan y eso supone un cierto desequilibrio vital. Ese 'no pasar nada' de Benedetti es menos emocionante, pero más seguro, porque sucede lo que uno espera que suceda, lo planificado; mientras que cuando algo se sale del guion establecido, nunca se sabe dónde se puede acabar. Ya se comenta que se va a narrar la vida de estos mineros, incluso se barajan varios actores para encarnarlos, entre ellos, J. Bardem, y se comienza a hablar de libros, reconstrucciones, reportajes... Si todo eso no sirve para denunciar la situación de ciertas profesiones de riesgo y para intertar prevenirlas, sino que se trata de una forma más de beneficiarse a costa de la tragedia ajena, sus 70 y pico días de sepultura en vida no habrán servido para nada.
    Marta Pilar

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